martes, 23 de diciembre de 2014

Ecco de una mañana de graduación




Verano 2010  exactamente 1 de enero, año nuevo, nuevo comienzo, en una playa cercana de Arequipa, descalza caminando por la orilla del mar, con un vestido corto blanco y algunos rulos en mis cabellos esponjados por la temporada.  Las pequeñas partículas de agua salada que salpicaban en mis pómulos. Con 17 años y con temblorcitos en las manos queriendo germinar decisiones propias de la edad, una de ellas: estudiar o no con una carrera que según yo en ese tiempo le robaba el tiempo a mis ganas de escribir y lo que llamaba mi “cono de helado” y me hacía feliz. Muchachita terca, amiguita de las novelas negras, chiquita dormilona en las clases del colegio, hijita desafiante, chica tranquila, señorita flaquita. Apodos, etiquetas, nombres.  Etapas.

Ahora mismo son las 7:35 de la noche, es 21 de Diciembre 2014,  ya no existen los apodos, nombres o quizás sí, pero hace algunos meses que no tardaron en olvidarse e irse con el viento para la chica que escribe esta columna. Los tiempos son como una simple hoja de papel que se deja llevar por el viento casi siempre moviéndose. Hace dos días acabo de asistir mi ceremonia de graduación vestida y arreglada para la ocasión con una toga y sombrerito popular del graduado. Quizás al momento de entrar a la ceremonia y zapatear con unos divertidos tacos negros supe que todo lo que está hecho simplemente esta hecho, las cosas pasaron y no debieron suceder de otra manera. Ver a mis compañeros sonriéndose y abrazándose de alguna manera me hizo recordar como entramos todos hace cinco años a la universidad, con curiosidad, responsabilidad, risas de aún chiquillos zalameros, con zapatillas, cabellos largos, modas de ese tiempo, y con ganas siempre de aprender.

Primera entrada, primer acto (como mi profesora lo dice la vida también es una puesta en escena) nosotros entramos, los asistentes curiosos nos buscan con las miradas, nos sentamos y como en un saludo muy formal nos sentamos en los asientos todos a la vez, yo estoy buscando con la mirada a esos seres que querré por siempre, a ese chico que me hace sentir la chica más feliz, de pronto los protocoles siguen, mis compañeros dan su discurso yo con el cuello torcido por el orden de los asientos me dispongo a ver con total entusiasmo como uno a uno dan a conocer sus sentimientos.

Segundo acto, es hora de escuchar mi nombre, quiero no tropezar, quiero que las piernas me dejen de temblar un poco, quiero dejar de hacer muecas raras y ponerme tranquila, pero es casi imposible, esto es demasiado real, yo estoy acabando la universidad. Respira y con calma me digo para mí misma, cuando vuelvo a respirar un poco más, escucho mi nombre completo, es hora de subir, es hora de dar gracias, la hora indica en el reloj que es hora de acabar una etapa y dar ante todo gracias. Me dispongo a hacer saber la gratitud sincera al señor rector, le escucho decir mi nombre y de inmediato le digo: gracias, gracias por todo su apoyo.

Tercer acto, casi se acaba todo. Momento de sacarse los sombreritos negros, nos es necesario más palabras, el momento habla por sí solo, los sombreros salen volando de nuestras cabezas y salen a liberarse en el cielo que es despejado. A volar y a donde quieran caer. A seguir soñando y lograr lo que era para ti imposible. Lentamente es el momento, el segundo llego, los bailes universitarios, las amanecidas, las practicas, el cebichito de todos los días, el día de exámenes finales, las exposiciones, el baile a media clase, la broma del profe, y las risas de lo que fuimos alguna vez: universitarios, ha terminado. Fin de escena.
Antes  y esta vez yo sí tendría que decir algo quizás como manera de despedida o quizás de bienvenida, gracias a todos mis profesores de psicología, a cada una de las autoridades de la universidad por creer en mí y ayudarme a hacer posible uno de mis sueños publicar mi primera novela y mucho más por creer en mí, a esta muchachita terca que les estará agradecida siempre. Gracias por darme la valentía de creer en mi misma,  por ayudarme a ser constante y a descubrir en mi las virtudes que no pensé tener. Gracias cato, gracias por todo. Nos veremos pronto, yo sé que sí.


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