Era
la primera vez que nadaba, yo andaba en el colegio, fue por mi mamá que aprendí
a nadar, ella me enseño el secreto que se encuentra estar bajo el agua. Por el
verano mis padres decidieron, que tenía que aprender a nadar como una
profesional, entonces me mandaron a la academia de natación que mi tío aún
tiene. Tenía miedo, me daba terror nadar, ahogarme, morir, o tragar agua. Tenía
nueve años.
Me
enseñaron las cosas básicas, como controlar mi respiración, tener
el control de mi cuerpo o perder el miedo a saltar a la piscina. Estaba en vacaciones de verano, era enero,
mi profesor de natación me llamo luego de terminar las clases, y me dijo que
tenía físico y buena voluntad para competir con mis contemporáneos, me dijo que
quería entrenarme, que era un niña que tenía futuro en la natación, que solo me
faltaba práctica, lo mire dos veces, y le dije que sí, que quería entrenar para
ser una deportista.
Había
descubierto ese mes, que era libre en el agua, me sentía relajada, calmada,
todo era más fácil en el agua, los problemas desaparecían, solo los sueños
descabellados aparecían, y cada vez que estaba por entrar a la piscina mi
corazón latía por pura emoción, quería sentir otra vez las emociones
brillantes.
Así
que empecé a entrenar dos veces al día, iba a mis clases normales de natación
por las mañanas, y por la tarde asistía a las clases del club, era la más joven
del grupo, los otros niños tenían entre once a trece años. Al principio me
sentí intimidada, pero luego con el paso de los días todo fue mejorando, mi
marca iba superando al pasar las semanas. De pronto me sentía mucho más
relajada, mucho más libre.
Los
problemas que son normales en la pubertad los deje ir, por estar concentrada en
la natación. Mamá me compro una ropa de baño , un gorro y unos lentes de marca,
estaba dispuesta a recogerme todos los días, aquellos tiempos ella no sabía
manejar, así que se dio su tiempo para llevarme y recogerme, había días en los
que se quedaba mirándome, ella se sentía feliz por lo que hacía.
Habían
pasado casi cuatro semanas desde que había sido ingresada al club de natación,
yo había logrado tener cuatro estilos, estaba perfeccionando la mariposa, me
constaba un poco controlar mi coordinación, pero mi fuerte siempre fue espalda.
Al final de cada clase del club, habían competencias, recuerdo que fue jueves
cuando le gané a un chico de mi grupo, salte de la alegría por la marca de
tiempo que había tenido. El profesor dijo: bienvenida al equipo.
Yo
estaba seleccionada para competir. Pero algo paso. Sentí terror al competir.
Tenía miedo a fracasar. El que me ayudo con eso fue papá, me dijo que si perdía
o ganaba a él le daba igual, ya estaba orgulloso de mí por lograr algo.
Entonces
me puse la ropa de baño, el gorro y los lentes. Decidí que no iba a pensar en
nada, solo iba a disfrutar estar en el agua. Salte a la piscina al igual que
escribir. Y aquí estoy.
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