Renato es un muchacho
de diecinueve años poco convencional, aficionado al deporte de aventura, lector
voraz, sencillo y apasionado por hacer dibujitos a todas horas. Lleva puesta una camiseta negra, unos jeans
azules y unas zapatillas converse azules.
Su cabello es rubio y sus ojos son tan azules que cuando sale de día
necesita llevar puestos unos lentes negros. Camina lentamente por los
pabellones de la universidad acomodando de vez en cuando su mochila, las muchachas
mayores o menores voltean sutilmente cuando él pasa por su lado, Renato llama
la atención de las chicas e inclusive de los muchachos, es oportunamente
simpático, su seriedad natural es permanente cuando saluda a todos sus amigos, se va rápido de clases, estudia lo necesario,
hace lo necesario, nunca más nunca menos, es alumno promedio. Se sienta en la
parte de final del salón de clases, se saca sus lentes y con una de sus manos
se rasca los ojos como si recién se despertara de una larga y reparadora
siesta. Hay algo en su mirada que dice más que su perfección física, algo de un
mortal y simple humano, de vacío y tristeza para un muchacho de su edad.
Escucha atentamente la clase del nuevo profesor de bigote y en el receso una
chica de cabellos largos y de vestimenta inquietante se acerca a él pidiéndole
si le puede prestar un lápiz y si le puede prestar el libro original del
profesor de bigote. Renato la mira y le frunce el ceño de una manera burlona
diciéndole: claro, toma aquí está, me lo das mañana. Se levanta de la carpeta y
coge su mochila. Renato se va apresurado sin que nada que le importase y camina
apresurado hacia la puerta. Esta exhausto emocionalmente. Renato camina
apresurado y casi corriendo por la universidad, su respiración es agitada, se
siente raro, le da ganas de irse a casa, solo de ir a casa, desea encontrar esa
carta, volverse loco en el intento o no hacer nada, la idea de encontrar esa
preciada hoja de papel se convierte en algo más que una salvación para él. Entonces pasa, las coincidencias de la
vida. Una muchacha con audífonos canta desprevenida, Renato necesita salir de
la universidad, avanzan rápido, no se dan cuenta de la vuelta y de los choques
permanentes que hay en esa curva donde la mayoría de gente que pasa se da codazos
y se dicen sorry. Renato pasa y da un codazo tan fuerte a la muchacha
desprevenida con audífonos que escucha rápidamente un: aaaaaauuuuuu que te
pasa, ¿no te das cuenta que hay que ser más cuidadoso? . No se da cuenta que es
Carolina, ella recoge el iPod del suelo y verifica la pantalla. Renato voltea
rápido, está molesto y angustiado. Mientras él trata de ver si ella está bien,
Carolina levanta el rostro para ver quién es el distraído que se cree el dueño
de los pabellones de la universidad, y Renato a punto de responderle, se queda
quieto y por unos segundos solo por unos segundos el rostro de esa muchacha
también distraída lo ha hipnotizado, sin maquillaje, natural, desprevenida, y
con algunos de sus cabellos enredados con el cierre de su bolso. Carolina reniega y empieza a hablar sola.
Suspira tirada en el suelo y cierra levemente los ojos como deseando que ese
episodio no hubiera sucedido. Renato coge su mano y la ayuda a levantarse. Algo
en el rostro de esa muchacha natural ha llamado su atención, siente que la
conoce, que la conoce mucho incluso de antes. Renato piensa en la carta y se da
cuenta que tiene al frente a Carolina, su novia de toda la vida. Carolina se
queda atónita. Hay una lágrima que cae improvisada y solo se arremete a decir:
Siento lo de tu papá, tengo algo que rompiste esa noche y lo tiraste al suelo.
Renato lleva a Carolina a una de las bancas, se olvidan del resto de miradas
curiosas a su alrededor, le dice: han pasado cuatro meses, no puedo vivir
tranquilo sin saber lo que él me quería decir, son palabras y palabras vitales
para saber que algo no hice mal. Carolina lo abraza y saca algo de unos de sus
cuadernos, está en un sobre muy cuidado y se lo da a sus manos, mientras le
dice: no te desaparezcas así, todavía hay personas que te necesitamos. Renato tiene en sus manos la hoja más
preciada, las palabras más importantes y piensa que el destino y las
casualidades de la vida son tan bizarros que ya ha recuperado milagrosamente a
dos cosas oportunas en su vida. Piensa que a veces los regalos de navidad no
solo suceden en diciembre sino que a veces también se dan a plena luz de fines
de marzo y que hay alguien más grande que él, que Carolina, que sus padres,
alguien más fuerte y más sabio. Y que
simultáneamente puede contarle esta historia a una de sus amigas, una que escribe en este pequeño espacio, para
trasmitir que la vida es única y es ahora o nunca, para creer que la realidad
siempre superará a la ficción, para saber que mientras menos lo esperas también
hay episodios en nuestras vidas que merecen ser contados no solo con palabras
sino atreves de una conversación y siempre sabiendo que alguien nos da una
segunda oportunidad para sentir que esa persona que ya se ha ido de nuestras
vidas nos puede regalar unas palabras más o algún episodio surrealista como el
de mi buen amigo Renato.
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