“Siempre
puedo ir allá cuando quiera.
Donde hay que resolver las cosas es dentro de uno
mismo, no importa dónde se éste.
Y eso lo estás haciendo aquí muy bien. “
Islas
a la deriva, Ernest Hemingway
Un cuarto para las once de la noche. Sofía está en
un avión, a su lado no hay pasajeros. Es casi media noche y tiene frió, trata
de acomodarse para descansar un poco pero no puede y escucha música suave. Mientras
el avión despega, se siente más frágil, más mortal. Observa por la ventana. Mira
la inmensidad de la noche. Escucha algunas canciones que le recuerdan su
adolescencia, observa con curiosidad las luces de su ciudad y busca entre la
gente, a alguien que no aparecerá en un buen tiempo.
Ahora tiene 23 años y hace más de un año que no lee
ningún libro que le interese, eso le preocupa. A Federico, su chico, le gusta
seleccionar cierto tipo de lecturas para ella, está cansada de sus números, de
sus borracheras alocadas, de las mismas palabras, y empieza a odiar la forma que tiene de comer
y ensuciar la alfombra de su sala.
Se deja caer el cabello largo por la espalada. Luego lo sujeta en una cola y piensa “debería empezar a sacar la novela
de Murakami que tengo en mi cartera”, pero no puede. Hoy tiene los ojos
hinchados por las noches de insomnio que la atacaron la semana pasada. Sofía piensa en su chico y la forma en cómo se
conocieron, él al principio era notable y sencillo. De modo que llega a la
conclusión que ellos eran muy buenos amigos. Sin embargo, la mayoría de situaciones
no andaban bien y han terminado en silencios incómodos.
Cinco para las once. El piloto anuncia: próximos a
despegar, y mientras el avión se aleja de esa ciudad. Sofía, por fin puede
respirar. El avión vuela más alto he
imagina que en algún lugar ella podrá ser feliz, con sus vinos y su computadora
escribiendo. La verdad es que Sofia siente odio y pena a su chico, y sabe que
estar en ese avión es el punto de partido para buenas cosas.
Quizás hay algo de ansiedad en ella esa noche. Se
pregunta porque Federico y ella no sé llevan bien, de donde viene todo eso,
porque se soportan, porque siguen en el mismo agujero negro, y ninguno de los
dos se atreve a terminar con ello. Al final, tantos años de relación y todo se
va a la mierda.
Sofía solo quiere escribir desde hace mucho tiempo.
Y creé que es el momento indicado para soltar. El nunca podrá entender las
razones por las cuales ella quiere ser escritora, y ella nunca entenderá porque
su ciencia lo hace a él más gris. Así que ahí lo supo, repara que de una vez por todas
tiene que actuar. Sabe que ha perdido su sendero pero puede comenzar
de nuevo. Es más: es el lugar perfecto para volver a empezar.
Respira. Saca una libreta. Escribe: las cosas que
debo mejorar y elabora un plan a corto plazo.
El piloto anuncia: tripulación en quince minutos
estaremos aterrizando a la ciudad de Lima, disfruten el vuelo. Es Octubre.
Sofía sabe lo que tiene que hacer. Ella es su nueva novia. Sabe que en algunos
meses viajará muy lejos. Sabe que hay solo una vida y quiere nombrarla con
varias novelas y cuentos. Primero va bajar del avión, va a sentir la humedad de
esa ciudad en su rostro, va a tener los ojos bien abiertos para no olvidar de
donde viene y a donde va.
Terminará su tesis en un mes, dividirá su tiempo
entre trabajar y leer, y ahorrará todo el dinero que pueda, está creando un
plan para sobrevivir a lo que se viene porque su camino le reclama fuerza y no
fragilidad. Ser ella. Por eso está en ese avión, porque necesita terminar bien
lo que se prometió un día, pues hay una parte de esa mujer que intuye que ese
sendero, el que aún descifra, tiene otro
tipo de luz, otro tipo de destellos.
El avión aterriza y no pasa mucho tiempo hasta que
su celular timbra con dos mensajes. Respira hondo y sabe que hoy se lo dirá, ya no puede estar con él. Quizás algo se rompió en ellos hace mucho
tiempo. Por muy alocado que parezca, para Sofía es uno de los mejores días que ha
tenido, sabe que nunca más lo volverá a ver. Es mejor que ella agarrará la
maleta.
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