El
penúltimo sábado de mayo vi a una muchacha de cabellos largos corriendo
desesperadamente en el parque cerca de donde vivo, su vestimenta era casual por
lo cual deduje que no se trataba de alguna rutina de ejercicios por la noche,
las lágrimas caían una y una y otra vez por su rostro. Ella estaba como
tratando de huir de algo, corriendo desesperadamente entre la maraña de autos
estacionados, personas jugando básquet y chicas saliendo en grupo. Era la
primera vez que veía correr a una chica elegante. Por momentos yo ahí sentada
en el pasto me puse a observar como esa chica corría tratando de salir o entrar
en un lugar que ella solo sabe. Sucesivamente se perdió de mi vista y no pude lograr ver a donde realmente quería
llegar.
Recordé
entonces aquellas épocas donde muchos y muchas nos hemos sentido en peligro,
donde correr y solo correr de muchas maneras solo funciona, como si todas las
dolencias se sanaran como si el fuego de la desesperación se apagase corriendo,
solo corriendo. Me inquieta saber qué habría pasado por su mente para correr
desesperadamente. Entonces ahora sé que si ella si se hubiera detenido y su
respiración estuviese agitada y su cabeza estuviera llena de pensamientos que
la obligan a salir o entrar a un lugar, me hubiera acercado a ella, dándole
solo un abrazo, porque reconozco que nadie está solo y nadie es una isla. Que
solo tiene que abrir la mente y dejar que las cosas vayan a su ritmo. Que haya
tenido el problema que haya tenido si pierde el sentido del humor, está
perdida. Que no hay momentos ordinarios en la vida. Diciéndole que el hábito es
el problema, y que todo lo que necesita
es tomar consciencia de sus elecciones… y responsabilizarse por sus acciones.
Que
confié en sí misma, que no se trata siempre de proyectos, metas y objetivos,
que la belleza es disfrutar del recorrido, estar conscientes de cada
respiración, si ella se detiene dejamos de existir… Porque la vida es está y
nos regala momentos imborrables siempre.
Probablemente
ella me hubiera dicho que no comprendo nada de lo que le sucede y que se
pasaría toda la noche contándome su larga historia, no lo sé, pero hubiera sido
de una manera amable ayudar a alguien que se siente en peligro y que corre
desesperadamente por las calles llorando. Le diría por último que también
reconozco esos sentimientos y esa actitud en una persona, en mi misma, y por
más que se sienta sola y ajena a todo lo demás, siempre necesita observar que
hay una filosofía adecuada para estar a salvo, para vivir en el aquí y en el
ahora sin ser totalmente hedonista y nihilista. Que sonría, porque hasta en los peores momentos hay algún tipo
de belleza, porque está viviendo.
Porque
la perfección esta en esas pequeñas idiosincrasias que solo ella conoce y que
aunque quizá no sabe aún el secreto y que no lo conoce, debe saber que ella es
una mujer.